Un nuevo concepto del amor
Poeta y Humanista italiano, Petrarca es considerado el primer poeta lírico moderno. Su insistente perfeccionamiento del soneto influyó en poetas posteriores como Garcilaso de la Vega, Quevedo, Spencer o Shakespeare. También se le considera el primer gran humanista por su amplio conocimiento de la Antigüedad y por su restauración del latín clásico. Nacido en 1304 en Arezzo, el Viernes Santo de 1327 vio por primera vez a LAURA, la mujer idealizada que inmortalizó en sus poemas. Fue nombrado poeta laureado por el Senado de Roma en 1341. Su creencia en la cultura clásica y en las doctrinas cristianas le llevó a impulsar el Humanismo europeo como síntesis del ideal pagano y del criatiano. Entre sus obras destacan África, poema épico sobre Escipión el Africano; una serie de biografías sobre personajes ilustres; églogas y epístolas en verso; el diálogo Secretum; el tratado De vita solitaria, sobre la naturaleza, el estudio y la razón. La más famosa de sus obras es la colección de poemas al principio titulada Rimas en vida y muerte de Laura, que más tarde ampliará bajo el título de Cancionero, una colección de sonetos y odas inspirados en el amor no correspondido por Laura. También se inspiró en ella para componer los Triunfos, que detallan la elevación del alma desde el amor terrenal a su realización a través de Dios.
Su concepto idealizado de mujer pervivió hasta bien entrado el siglo XVI. Se ha pensado que Laura en realidad es una figura simbólico-alegórica y no una mujer de carne y hueso. Laura sería el femenino de "lauro", es decir, laurel, el símbolo italiano del premio a la belleza poética creada. A su vez, Laura ha sido identificada con "l'aura", el aire, elemento vivificador del poeta. Según el propio Petrarca, Laura era un modelo de virtudes, mientras que él se caracteruzaba por la desmesura. ¿Cómo se resuelve entonces este amor ante el hecho de poder alejarse del camino a Dios? Los stilnovistas lo resolvieron mediante la figura de la DONNA ANGELICATA y que Dante ya había configurado a través de Beatriz. Petrarca lo consigue por medio de la muerte y la beatitud de su amada Laura. La tragedia dle amor petrarquesco consiste, pues, en la contradicción entre lo sensual y lo espiritual, ubicados en el mismo objeto amoroso.
El Cancionero no sólo se alimenta de la fe cristiana, sino que el poeta añade otras dimensiones. La ciencia médica venía creyendo desde finales del siglo V a.C. que la pasión amorosa era una auténtica enfermedad (la melancolía, la locura). Esta doctrina fue adoptada por el médico romano Galeno y llegó a la Edad Media con el nombre de aegritudo amoris, por lo que el amor se seguía considerando una enfermedad mental. La teoría del aegritudo amoris se enriqueció con las aportaciones de poetas y filósofos. La Iglesia llegó al extremo de considerar que el deseo provocaba desequilibrios mentales, ceguera y alejamiento de Dios. Petrarca temía que esta enfermedad provocara no tanto su muerte física como su muerte espiritual. El médico árabe Ibn Muhamad al-Dailami creía que el amor era un impulso cuyo origen estaba en el origen y las consecuencias del mismo consistían en un dolor inquieto, insomnio, pasión sin esperanza, tristeza y agotamiento mental. Otros síntomas son la pérdida del apetito, latendencia a la soledad, los suspiros y el llanto. Todos estos males los encontramos en el Cancionero. Por otra parte, también se perciben referencias a la teoría magnética de Basilio d' Ancira, según la cual los cuerpos de los amantes se atraen como el hierro y la calamita (imán), una imagen muy difundida en la época. Por lo tanto, el amor o el deseo sería una poderosa fuerza propia de la Naturaleza contra la que no se puede combatir. El Cancionero, al fusionar todos estos elementos, se articula por la tensión entre lo objetivo y lo subjetivo, el orden y el instinto, la razón y la pasión, lo apolíneo y lo dionisíaco.
Era el cabello al aura desatado
que en mil nudos de oro entretejía;
que en mil nudos de oro entretejía;
y en la mirada sin medida ardía
aquel hermoso brillo, hoy ya apagado;
el gesto, de gentil favor pintado,
fuese sincero o falso, lo creía;
ya que amorosa yesca en mí escondía,
¿a quién espanta el verme así abrasado?
No era su andar cosa mortal grosera,
sino hechura de ángel; y sonaba
su voz como no suena voz humana:
un espíritu celeste, un sol miraba
cuando la vi; y si ahora tal no fuera,
no porque afloje el arco el daño sana.
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